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«La conexión con la Naturaleza es lo que nos hace mejores personas» | Entrevista a Francisco Viddi

19 de agosto de 2023

Francisco Viddi, investigador, especialista en ballenas y delfines, nos invita a promover la educación ambiental, a pensar la conservación desde las comunidades y a no perder la esperanza.

Cuando Francisco Viddi tenía 16 años, tuvo la oportunidad de ir a un campamento de verano y aprender a bucear en áreas protegidas. Mientras estaba sentado junto a otros compañeros al borde de una lancha, a punto de saltar al agua, su profesor los detiene abruptamente sin decir una palabra. Todos guardaron silencio, pero nadie entendía por qué hasta que se escucharon los soplos de ocho orcas que pasaban por el costado de la embarcación. Pasmados, contemplaron la escena. Francisco cuenta que durante 10 minutos nadie habló. Desde entonces su vida cambió por completo. Todo parecía indicar que tenía un camino vinculado a estos maravillosos animales.

Actualmente Francisco es biólogo marino, doctor en ciencias ambientales y ecología marina, y reconocido especialista en conservación de cetáceos, con más de 20 años recorriendo los canales y fiordos de la Patagonia. Es además co-fundador del Centro Ballena Azul y ha sido parte de la creación de distintas áreas protegidas en nuestro país. Colabora permanentemente en la elaboración de estrategias de conservación, como asesor científico de la Fundación Melimoyu y como investigador asociado del Programa Austral Patagonia de la Universidad Austral de Chile. Todavía dice que su animal favorito es la orca, mientras  de su cuello cuelga un pequeño amuleto con forma de cola de ballena.

En esta conversación nos cuenta sobre su vínculo histórico con el mar, sus sueños para la Patagonia y cómo sostiene su esperanza firme en las nuevas generaciones frente a las diversas amenazas como la contaminación y la salmonicultura.

  • Tratando de partir por lo primero: ¿Nos cuentas qué significa el mar para ti?

Yo nací y viví mis primeros años en Santiago, en un barrio de muchas casas y pocas áreas verdes. Vivía solo con mi mamá, y cuando íbamos a la playa en verano, era una alegría tan enorme para mí, era una gran emoción. Es un recuerdo que mi mamá generó conmigo en la playa: jugar, el sanguchito de huevo duro que ella nos preparaba, tirarse en la playa, tomar sol. Era fantástico pasar todo el día y solo estar. Mi mamá era muy apegada a la naturaleza, y aunque teníamos un minijardín, llegaban zorzales, ella les hablaba, le hablaba a las plantas, se preocupaba de que yo no pise las hormigas, y todo eso para mí fue un aprendizaje.

Por cosas del universo, a los 16 años quedé en un programa llamado Baywatch como los guardianes de la bahía, donde te enseñaban a bucear en una reserva marina. Tuve la oportunidad de bucear en una reserva donde estaba lleno de lobos, erizos gigantes y yo decía: ¿qué es esto? Porque hasta entonces yo miraba el mar desde afuera: la ola, lo azul, la arena, pero era un mundo completamente inimaginable el estar debajo del agua. Y eso fue un cambio total. Yo antes pensaba que hacer cosas por el medio ambiente era como un hobbie, pero no sabía que podía dedicarme a eso. A los meses después, estábamos en la lancha, listos para tirarnos al agua, y el instructor, nos dijo: “esperen, no se tiren”. De repente escuchamos los soplos: iban pasando ocho orcas y quedamos mudos, por diez minutos, contemplando. Ese fue el encuentro que terminó por decir “esto era para mí”. Yo ni sabía que existía la biología marina, pero tuve esa suerte: estuve en el lugar y el momento adecuado, con las personas adecuadas, que me guiaron. Por un lado, es soñar e intentar y mantenerse ahí. Pero lo otro es que tuve una mamá que me apoyó en todo. Es super importante apoyar a quienes son más chicos. Cualquier capacidad tiene que ser nutrida, y por eso para mí es tan importante hablar de la educación ambiental.

  • ¿Crees que hay un vacío ahí al hablar de conservación? ¿Nos falta más educación ambiental actualmente?

Ese es el gran desafío que tiene Chile. Tenemos muchas áreas protegidas, decimos que tenemos ya el 44% de nuestro maritorio en áreas protegidas, pero falta la implementación, y ahí hay un montón de aristas. Cómo podemos aprovechar esos hermosos lugares como laboratorios para que la gente, sobre todo los niños, las comunidades, la gente en general, pueda aprovechar de volver a conectarse, a educarse. Yo encuentro que hay una una línea muy frágil entre el ser ignorante y no saber porque no tuviste la oportunidad de saberlo. A mí no me gusta hablar de que hay personas malas y personas buenas: las personas buenas en general han tenido oportunidades para saber, para aprender, capacitarse, o simplemente han tenido apoyo. Han tenido la oportunidad de tener a alguien al lado que les diga “esto no está bien” o “mejor andate por acá”. Las personas a las que nos referimos como “malas”, que destruyen, que contaminan es porque les falta esa oportunidad.

  • ¿Cómo ves entonces el rol de las comunidades en la conservación?

Ha ido cambiando, hasta hace 20 años atrás, por ejemplo, Douglas Tompkins vino a la Patagonia con la filosofía de la ecología profunda, que es justamente apartar al ser humano de las áreas naturales porque está dejando la escoba. Prácticamente toda la política de conservación – en realidad de preservación – que han tenido muchos países es justamente la visión de parque nacional terrestre: cerrado, y que si quieres entrar es para turismo, solamente por unos senderos, y chao.

Pero en el mar no puedes hacer eso, partiendo porque es imposible cercar.  Y lo otro es que somos muchas y muchos. Es imposible pensar en áreas donde estemos 100% de acuerdo de que no va a haber entrada de ningún ser humano. Ya no es posible conservar sin el apoyo de la comunidad o de la gente. Cerrar un área, decirle a todo el mundo que no puede entrar ahí, y si entras te voy a denunciar y vas a pagar una multa, no es la forma. Por un lado, la gente va a entrar igual, y peor, va entrar con resentimiento. Entonces generas lo opuesto: enojo y resentimiento a la conservación.

  • ¿Y qué pasa cuando desde las comunidades se respaldan prácticas que impactan negativamente los ecosistemas, como es el caso de la salmonicultura?

Yo fui activista de Greenpeace, era de los que decían “dispárame aquí en el pecho el arpón”, y creo que ese es un esfuerzo muy loable todavía. Yo, de corazón, quisiera que no hubiera salmoneras en la Patagonia, pero en definitiva tienes que escuchar qué es lo que quiere la gente, y cómo llegar a ciertos acuerdos.

Cuando hacemos talleres en Melinka, por ejemplo, llegan los marinos, los pescadores artesanales, hasta los salmoneros, y tampoco se trata de demonizar al salmonero o a la gente que trabaja ahí. Porque hay gente súper comprometida. Lo que pasa es que las decisiones no las toman la señora que está alimentando a los salmones y que su medio de subsistencia es ese. Fuimos una vez a un lugar que se llama Melimoyu, un poblado bien chiquitito en una bahía donde hay tres salmoneras, a hablar con la gente que vive ahí sobre tener un área marina protegida en Melimoyu, que se iba a anexar a otra área marina que ya existe. Las personas tuvieron la voluntad de ir, nos escucharon, y nos dijeron: “¿saben qué? váyanse. No nos interesa. Los salmoneros: nos dan trabajo, tenemos la pensión, tenemos comida, un negocio, transporte, y si tener un área protegida acá frente de nuestro poblado va a significar que se vayan los salmoneros, ¿qué oportunidad de pega me vas a dar tú?”.

¿Cómo puedes rebatir algo así? ¿Es necesario rebatir algo así? Está clarísimo. Finalmente hay que dar un sentido de realidad a todo esto.

  • Entonces ¿cuál sería tu mirada respecto de los impactos de la salmonicultura en áreas protegidas? ¿Qué podemos hacer?

Hay un impacto histórico y hay que hacerse cargo. Partir por, si se quiere producir aquí, tiene que producir bien, basta ya de la basura, basta ya de echar a perder el ecosistema, que se haga un sistema cerrado. La tecnología existe, lo que pasa es que no está la voluntad ni del empresario ni tampoco del Estado. En Noruega hace rato que están con un sistema más sustentable de producción, las mismas empresas que producen acá, pero acá se hacen los locos. No es que tengan que descubrir nuevas prácticas, ya las tienen, las políticas en sus países les obligan a hacerlo. Entonces sí, tenemos que volcarnos a una conservación en donde la gente esté involucrada, en todo ámbito, desde el manejo hasta hacer ciencia ciudadana, y para eso, se necesita mucha más educación ambiental. Hay que comunicar a las personas que sí se puede hacer las cosas de otra manera.

  • Uno de los últimos estudios publicados por el Programa Austral Patagonia, del cual eres autor, habla de los impactos de la salmonicultura en la Patagonia, específicamente sobre el delfín austral, delfín chileno y la marsopa, y el riesgo al que están expuestos por el alto tráfico marino asociado a la industria acuícola, incluso al interior de áreas protegidas. ¿Nos cuentas de eso? ¿Qué se puede hacer ahí?  

En la Patagonia norte, más del 80% del tráfico de los barcos tiene que ver con la acuicultura. Son hasta 726 por día. ¿Qué se puede hacer? Básicamente, la intención de ese informe es que en la navegación, en aquellos lugares donde hay más riesgo de colisión, bajar velocidad y ponerse a mirar. Se pueden delimitar zonas de alto riesgo, ya sea a nivel de GPS, mapas que te avisen cuándo estás entrando en una zona determinada. Ese es un ejemplo, pero también es importante capacitar a la gente, porque de repente ponen el piloto automático y solo miran que no haya barcos, pero se trata de poner ojo, prestar atención: Si ves soplos, baja la velocidad, dale la vuelta, no se acerquen. Se pueden hacer protocolos si se delimitan las zonas de riesgo. Hay un nicho interesante, porque hay gente que está con ganas de aprender. Pero todas estas medidas implican un compromiso tanto de los científicos, de decisión política y de la industria, tiene que haber un triángulo. Tiene que haber compromiso de parte de todos.

  • ¿Y cuál sería el llamado principal a las personas? ¿Cómo podemos hacer las cosas de otra manera?

Conexión. Esto me motiva mucho, cómo logramos de nuevo reconectar. Hay una relación tan increíble de cuando comienzan las crisis ambientales, crisis sociales y las crisis familiares, y cómo están muy vinculadas, prácticamente de manera exponencial, con el desarrollo de las tecnologías que nos absorben: la televisión, el internet, las redes sociales, los videojuegos, etc. Éstas fueron apartándonos, no solamente de la interacción entre seres humanos, sino de nuestra interacción con la naturaleza.

Cuando uno era chico y ya comenzabas a tener consciencia de lo que está alrededor tuyo, si caminabas por un bosque de eucalipto, sentías el olor, la fragancia y decías “oh qué lindo el eucalipto”. Hasta que en algún momento en tu vida empiezas a aprender que esos bosques son plantaciones de árboles exóticos, y la apreciación que comienzas a tener sobre la vida y la naturaleza cambia. Comienzas a tener un cierto resentimiento. Lo mismo cuando vas al mar y ves una especie exótica: si no sabes que es exótica la aprecias. Es decir, un niño o niña aprecia la naturaleza sin el concepto de bueno o malo. Aprecia simplemente. Comento esto porque, obviamente, cuando empezamos a escuchar malas noticias, a medida que te informas de lo que está ocurriendo, tendemos a esta sensación de que está todo mal: cambio climático, la biodiversidad está disminuyendo, las ballenas mueren, la salmonicultura destruyendo ecosistemas marinos, y un gigante etcétera, y nos olvidamos de la apreciación. Hay un límite en que el informarse puede transformar en ira, en desazón, en depresión, entonces es importante reconocer hasta donde es necesario informarse, y entonces meterle energía para construir. Necesitamos aferrarnos a ese sentimiento positivo, para no deprimirnos, y tratar de resolver aquellas cosas que creemos que están mal.

Las malas noticias no sacan del aquí y ahora. Pero la manera de construcción es justamente conectarnos con el aquí y ahora. Esta es la razón por la que hago esto. Creo que la conexión con la naturaleza, en definitiva, es la que nos hace ser mejores personas, mejores vecinos, amigas, amigos, en todo ámbito. Independiente si eres bióloga, periodista, enfermera, doctora, manejas una micro, da lo mismo.

 

Fotografía Francisco Viddi | Centro Ballena Azul.

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