El frío se sentía en las manos mientras quienes serían nuestros guías, arrieros de la zona, ajustaban las monturas y cinchas antes del amanecer. A las 7 de la mañana, en el predio de Pablo Vargas Ruiz, arriero y emprendedor turístico, la Patagonia norte despertaba lentamente cubierta por una delgada capa de rocío. Pablo, heredero de una tradición arriera que ha perdurado durante generaciones en Palena, revisaba meticulosamente cada detalle antes de partir. Éramos trece personas preparándonos para una travesía hacia uno de los rincones menos explorados y más valiosos de la región: el glaciar El Moro.
Esta ruta, además de su belleza escénica, atraviesa parte del predio fiscal Moro Alto Palena, un territorio de 44.191 hectáreas que la comunidad busca proteger bajo la figura de Área de Conservación de Múltiples Usos (ACMU). Esta iniciativa, nacida desde las comunidades locales y apoyada por la Municipalidad de Palena, busca resguardar -bajo un modelo de conservación participativo y sostenible- ecosistemas únicos como bosques caducifolios, humedales, glaciares y zonas de alta montaña; y prácticas culturales tradicionales asociadas al campesino patagón, como las veranadas, la arriería, la pesca y el relato oral, que dan forma a una identidad profundamente patagónica, cordillerana y fronteriza.
Salimos, finalmente, a las 10 de la mañana. Cada caballo llevaba en sus alforjas el peso justo: cámaras de foto y vídeo, botellas de agua, algo de comida y ropa abrigada. La ruta histórica que seguiríamos desde el sector El Tigre, bordeando el estero El Moro, había sido trazada y mantenida por generaciones anteriores de arrieros que conducían el ganado hacia las veranadas, aprovechando los pastizales frescos de montaña en temporada estival.
Nos adentramos lentamente en un bosque antiguo, un verdadero santuario verde dominado por coigües imponentes, mañíos centenarios y el aroma característico del suelo húmedo adornado con hongos de diferentes formas y colores. Bajo las pisadas de los caballos crujían ramas secas, acompañadas por el sonido constante del agua del estero.
El paisaje comenzó a abrirse revelando turberas amplias y húmedas, verdaderas esponjas naturales que absorben y retienen grandes cantidades de agua que poco a poco van alimentando los cauces de agua dulce. Allí, en medio de brotes jóvenes de cipreses de las Guaitecas, hicimos una pausa.
Luciano Vargas Muñoz, arriero y primo de Pablo, junto a Cacique, se adelantaron arreando las vacas que habían comenzado el ascenso con el grupo, como parte de una demostración de lo que viven durante las veranadas.
La veranada es una práctica tradicional que consiste en trasladar a los animales a las zonas altas durante el verano, en busca de mejores pastos y agua abundante. De esta forma los animales se ponen en engorda, lo cual es necesario para que puedan sobrevivir a los meses de invierno, cuando el alimento escasea y los prados están cubiertos de nieve. Esta tradición refleja la relación profunda entre las comunidades locales y su entorno natural.
La degradación histórica de estos bosques nativos por la ganadería extensiva, es evidente en muchos sectores. Aquí, sin embargo, Pablo y Brenda Vargas han decidido cambiar el rumbo de esta historia: Brenda estudia turismo en Puerto Montt, y junto a su hermano están desarrollando un modelo de turismo sustentable basado en cabalgatas guiadas por rutas históricas, generando ingresos responsables con el ambiente y manteniendo viva la memoria de la cultura arriera patagónica. Las rutas que transitamos, antes que turísticas, son senderos de memoria por donde han pasado generaciones. Son también corredores bioculturales que conectan a las personas con el paisaje.
Más tarde, acampamos a orillas del estero El Moro, en un espacio elegido con sabiduría tradicional. Esa noche, al calor de la fogata, Pablo nos relató cómo sus antepasados y los pioneros seleccionaban este lugar como punto estratégico de estadía durante las veranadas. “Cuando el río estaba crecido, se ocupaba este sector porque era seguro”, nos contó. Recordó cómo, en una ocasión, un fuerte temporal los aisló del arreo de vacas al crecer el caudal del río, y solo pudieron cruzar gracias a la caída de árboles. «Donde baja la ribera hay un potrero para dejar los caballos, y no hay riesgo de que el río se suba al lugar del campamento. Eso me lo enseñaron los antiguos», agregó. Estos conocimientos, transmitidos de generación en generación, no solo garantizan la seguridad en la montaña, sino que también reflejan el vínculo entre las personas y el territorio. El mate circulaba lentamente, acompañando conversaciones sobre tradiciones, conservación y futuro.
Al día siguiente, emprendimos un breve trekking para acercarnos al glaciar. Ante nosotros El Moro se alzaba majestuoso, con un paisaje sobrecogedor que revelaba la importancia de proteger estos espacios para las generaciones venideras. El predio Moro Alto Palena destaca por albergar una cobertura glaciar de más de 1.200 hectáreas, que abastecen de agua a toda la cuenca del río Palena. El 71% de su superficie está catalogada como refugio climático, clave frente al cambio climático proyectado en la zona.
Tras descender del glaciar, nos subimos nuevamente a los caballos para iniciar el regreso. La bajada fue intensa. Atravesamos los bosques con la luz del día desvaneciéndose rápidamente, cabalgando en fila y guiados por Brenda, Pablo y Cristian Galindo, otro arriero de la zona, cuyo conocimiento del territorio fue clave. Verdaderos baqueanos o gauchos, como llaman a quienes saben moverse bien en la montaña y manejan perfectamente las prácticas tradicionales de la cordillera.
Hicimos breves paradas para contemplar los paisajes verdosos que, incluso en la penumbra, mantenían su majestuosidad. La buena comunicación y el ánimo del grupo por conocer y respetar cada rincón del sendero fueron esenciales para volver sanos y salvos al predio de Pablo, ya entrada la noche. Siempre atentos a no salir de los senderos habilitados, regresamos con la certeza de haber vivido una experiencia única y transformadora.
Además de recorrer y conocer este paisaje de alto valor ecológico y cultural, estuvimos allí para registrarlo y así compartir con más personas la importancia de proteger esta área. Queremos que estos registros sirvan para visibilizar la propuesta del ACMU y el trabajo comunitario que la respalda, y que contribuyan a fortalecer el reconocimiento y compromiso del Gobierno hacia esta figura de conservación.
Es hogar de especies como el cóndor andino, la vizcacha patagónica y el pudú. Se han identificado zonas de nidificación de cóndores en el cerro El Moro, lo que lo convierte en un sitio prioritario de conservación. Además, hay más de 130 especies de flora nativa, incluyendo ejemplares de ciprés de la cordillera y ciprés de las Guaitecas en categoría de conservación.
Desde la cabalgata hasta el glaciar, este viaje no fue sólo una expedición. Fue una forma de volver a mirar un territorio lleno de vida, historia y futuro. Aquí hay una propuesta concreta, respaldada, lista para avanzar. Solo falta voluntad política para convertirla en realidad.