El Programa Austral Patagonia de la Universidad Austral de Chile ha contribuido directamente al fortalecimiento del monitoreo de biodiversidad en áreas silvestres protegidas, promoviendo el uso de tecnología SMART y cámaras trampa en parques y reservas nacionales de las regiones de Aysén y Magallanes.
En medio de glaciares remotos, bosques lluviosos y fiordos australes, hay un grupo de jóvenes profesionales que ha hecho de las áreas protegidas su lugar de trabajo y de transformación. No se trata solo de registrar especies o instalar cámaras trampa. En cada terreno, también se despliegan miedos, risas, cansancio, aprendizajes, y vínculos que van más allá de lo técnico.
Nahomi Manríquez Figueroa, Fernanda Zenteno Montuschi y Esteban Cortés Calderón son parte del equipo de monitoreo que apoya al área de Planificación de Áreas Protegidas del Programa Austral Patagonia (ProAP) de la Universidad Austral de Chile. Su labor combina la ciencia aplicada con la gestión colaborativa en terreno, fortaleciendo el monitoreo de biodiversidad en áreas protegidas a través de tecnologías como cámaras trampa y la aplicación SMART.
El monitoreo es una de las actividades más importantes en la gestión de un área protegida, ya que permite evaluar la efectividad de las medidas implementadas para la conservación de especies y para el control de amenazas. Detectar cambios ambientales en múltiples escalas espaciales y temporales, es fundamental para tomar decisiones acertadas y oportunas para impedir la degradación y pérdida de la diversidad biológica, y en eso este equipo -junto a los y las guardaparques- tiene un rol fundamental. Pero no solo aportan a la conservación en áreas protegidas, sino también viven en carne propia lo que implica proteger estos territorios: el esfuerzo humano, las decisiones compartidas, la convivencia en lugares extremos, y sobre todo, el deseo profundo de cuidar lo que aún nos queda.
“Yo nunca había visto ballenas en mi vida”, recuerda Nahomi Manríquez al evocar ese momento en que una decena de ballenas jorobadas (Megaptera novaeangliae) nadaban al lado de su embarcación en el Parque Nacional Alberto de Agostini. “Fue como un sueño cumplido, y además trabajando en lo que me gusta”, agrega.
Comentan que todo lo deciden y hacen en conjunto. Diseñan metodologías de monitoreo adaptadas a terrenos extremos, estudian los ecosistemas, planifican la logística de las salidas y coordinan las acciones junto a los equipos de CONAF, entidad a cargo de administrar las áreas protegidas del Estado (hasta que el SBAP asuma esa función en el mediano plazo).
Para realizar el monitoreo se instalan cámaras trampa en lugares estratégicos como árboles, estacas de madera o sobre rocas, a una altura ideal para lograr una visión adecuada, pero escondidas de animales y personas. Estas cámaras se activan por sensores de temperatura y movimiento, y logran capturar fotos de los individuos que pasan por su campo de visión. Así es como permiten evaluar el estado de algunas especies prioritarias para la conservación, como el huemul, el puma, el pudú o el zorro culpeo, y hacer seguimiento a las medidas implementadas para enfrentar amenazas como son, por ejemplo, la presencia de ganado, caballos, jabalíes y perros dentro de las áreas protegidas.
Otra herramienta que permite registrar de forma sistemática la presencia de especies y amenazas es SMART (Spatial Monitoring and Reporting Tool). Había sido usada principalmente en monitoreos terrestres, pero se ha demostrado su gran potencial de ser efectiva también en monitoreos marítimos de áreas protegidas de gran superficie y aislamiento.
En muchas ocasiones, el equipo de investigadores detrás del monitoreo ha propuesto mejoras a las metodologías existentes, sobre todo en zonas muy amplias o de difícil acceso. Una de sus innovaciones ha sido implementar monitoreos por «clúster», replicando pequeñas áreas de estudio accesibles, para optimizar recursos y obtener datos comparables en zonas donde el monitoreo tradicional sería inviable.
“Cada terreno es un desafío nuevo. No solo por las condiciones naturales, sino también por todo lo que implica planificar, adaptarse y colaborar en equipo”, comenta Fernanda Zenteno.
“Para la última salida al Parque Nacional Bernardo O’Higgins (octubre de 2024) tuvimos que planificar con un mes de anticipación”, comenta Fernanda y Nahomi agrega: “En ese terreno se notó harto que el conocimiento de CONAF es muy importante para nosotras y nosotros, porque solo los guardaparques con más experiencia son quienes conocen los lugares donde debíamos instalar las cámaras trampa”.
Las personas detrás de los datos
En los informes, las cifras hablan de especies detectadas, amenazas registradas y áreas cubiertas, pero no se ve el esfuerzo que hay detrás: subir cerros con equipos pesados, instalar cámaras en medio de la nieve, navegar por horas para alcanzar un punto remoto o coordinar complejas logísticas en regiones donde la conectividad es casi inexistente.
“Cada cifra representa una historia de terreno, un esfuerzo compartido”, reflexiona Esteban. “Detrás de cada dato hay días de frío, caminatas, logística compleja y también alegría cuando logramos ver resultados”.
En el Parque Nacional Cerro Castillo, una caminata larga bajo una tormenta de nieve generó miedo real. En el Parque Nacional Bernardo O’Higgins, un glaciar se volvió el «patio» durante cinco días de instalación de cámaras. Y en el Parque Nacional Alberto de Agostini, ver ballenas jorobadas de cerca emocionó hasta las lágrimas.
No solo trabajan juntos, también conviven. Han dormido en la misma pieza, compartido comidas en alojamientos precarios, enfrentado lesiones, desánimos y logísticas agotadoras. Y aun así, cuando regresan a sus casas, dicen que extrañan el terreno.
“Creo que una de las cosas más valiosas ha sido aprender a trabajar en equipo, a conocernos, a respetar nuestros ritmos y formas. A veces eso es más desafiante que el mismo terreno”, destaca Fernanda.
También valoran profundamente la relación con los y las guardaparques. Gracias a instancias de capacitación y acompañamiento en terreno, como en el uso de la aplicación SMART en el monitoreo marino y terrestre, han fortalecido vínculos de confianza y colaboración. “No vamos con la intención de imponer algo, vamos a aportar, a facilitar su trabajo, a proponer algo que pueda ayudar. Y eso se nota. Se genera confianza, colaboración, incluso amistad”, explican.
Quienes han vivido estas experiencias no hablan de áreas protegidas como lugares a conservar, solamente, sino como espacios de transformación. Cada parque les ha dejado algo: el trabajo en red, la belleza del paisaje, la inspiración para seguir.
“Conservar no es solo salvar especies”, dice Esteban. “Es cuidar también el vínculo que tenemos con la naturaleza. Y eso se hace conviviendo, sintiendo, estando presentes”.
Nahomi agrega: “Trabajar en estas áreas te cambia para siempre. Te enseña a mirar el paisaje de otra forma, a valorar cada gesto de vida en un ambiente tan frágil”.
Desde el corazón de la Patagonia, este equipo demuestra que los datos importan, pero también las historias. Y que, para conservar, también hay que convivir.
Casi el 50% de la Patagonia está dentro de un área protegida, pero aún tenemos el enorme desafío de gestionar estas áreas en forma efectiva para que cumplan con su objetivo de conservación. Como Programa hemos estado contribuyendo a ello desde distintos ámbitos, siendo el diseño e implementación del sistema de monitoreo uno de ellos.